Espero que este escrito no se considere una banalidad.
Tenemos demasiados problemas que solucionar, pero a veces, lo más sencillo es empezar por lo que tenemos más cerca, aquello a lo que no prestamos demasiada atención, por la importancia de lo demás.
Sentarnos en un banco a la sombra de un árbol, es un regalo del que, por las prisas, no solemos disfrutar muy a menudo; pero no sólo es un regalo, es también una comodidad o una necesidad.
Hay arquitectura hostil, sobre todo en las grandes ciudades. Dividir un banco en dos, por medio de franja metálica a modo de reposabrazos, es una forma de evitar que una persona sin techo pueda dormir en él.
Podar un árbol, sin mimo y sin esmero no es equiparable a esto, desde luego, pero lo único que se consigue es un tronco con unas pocas y elevadas ramas. Éste no proyectará ninguna sombra y su escaso follaje tampoco cumplirá su función de pulmón eliminador de contaminación. Una poda muy drástica y poco estética es lo que se puede apreciar en nuestro entorno callejero.
Olesa posee un variado parque de árboles. Cuando llegaba la primavera se teñían con los verdes más variados y en otoño nos obsequiaban con una paleta de rojos, ocres y amarillos. En los meses de frío se desnudan de sus hojas, se renuevan y nos dejan tomar el sol.
Pero para que esta renovación eclosione en la nueva estación con todo su esplendor, sólo hay que respetar y guiar el crecimiento de estas ramas, por supuesto que no golpeen un balcón, una ventana o que no impidan la circulación de un autobús o un camión.
Mi objetivo no es dar lecciones a quien cuida de la salud de nuestra arboleda, pero sí que piensen que no son mobiliario urbano inerte. Purifican el ambiente, nos obsequian con un espectáculo de colores a lo largo de las estaciones, en ellos anidan pájaros y a su sombra, paseando o sentados los ciudadanos nos cobijamos.
Luisa Díaz
PD: con cariño y respeto al Departamento de Parques y Jardines