La cuarentena y la muerte

Es viernes y me acaban de decir que el padre de mi amiga ha muerto por el virus. Me lo acaban de decir, pero ya han pasado tres horas. ¿Cuánto tiempo es suficiente para que haga poco tiempo que he recibido una noticia así? Mi amiga llora y lloramos varias personas.

En la televisión han dicho que no salgamos de casa, que es lo más seguro. Pero luego veo a trabajadores de fábricas de lámparas cogiendo el metro para ir al curro. También dicen que tenemos que ir de uno en uno a hacer la compra. Estoy en el supermercado y voy con mi madre. Una trabajadora nos dice que respetemos la distancia de seguridad. Nos llama la atención porque vamos juntas. En la televisión dicen que hagamos mucha compra. Contradicciones. Las tiendas están cerradas, excepto las que están abiertas. Los guantes no ayudan, pero pueden ayudar. Después de ir al supermercado, deja los zapatos en la puerta y lava la ropa a 60 grados, si la lavas normal el virus no se irá. Que esté dando vueltas en la lavadora con jabón a 40 grados no mata el virus. Eso sí, si lo tienes en las manos, con que te las laves dos minutos ya lo has matado. No tengas contacto con personas mayores, pero tienes que cuidarlos y llevar a tus vecinos mayores compras y medicinas. Es decir, ten contacto. El virus permanece en suspensión en el aire, o no, o sí, tal vez… incertidumbre. Debemos permanecer confinados para vencer al virus, pero volvemos al trabajo. Pero algunos trabajos, ahora no, ahora sólo los necesarios. Ahora volvemos otra vez. Ahora hay un rebrote, uy, tenemos que confinarnos. ¿Crisis económica? No me hablaron de ello. ¿Que si me hablaron? Sí, sí. Y tanto. Noticias, periódicos, redes sociales, amigos, vecinos, la cajera, la radio, sí que me hablaron. Pero no sé muy bien qué decían. Ya no sabían qué decir. Han perdido la noción de lo que ocurre.

Es mediodía de un viernes en cuarentena y vuelvo del supermercado. Pienso en la muerte, en el vacío que deja. No la he sentido muy de cerca pero hoy pienso en ella porque alguien que conozco piensa en ella. Llego a la plaza, miro hacia su ventana y puedo oler el miedo que tienen, el vacío. No puedo sentirlo igual, nunca lo sentiré igual. Pero ese miedo de la muerte sí me llega. Porque no la entendemos, pero sabemos que es lo único que no tiene solución. Respiro y sigo. En el ascensor siento como el aire que tengo cada vez es menos y dentro de esa mascarilla que no sirve para nada, pero sí, pero no, pero sí, se va agotando el aire. El aire que a algunos les falta por ciencia a mí me falta por psicología. Me siento en el sofá y miro a mi padre. Me choca la mano con alegría. Me ha mirado a los ojos, pero no me ha visto, porque apenas me ve. Me pregunta qué tal y dice que hemos tardado mucho. Hay mucha gente que me mira a los ojos y no me ve, pero él lo ha oído en mi voz. Al pronunciar palabra se han roto los fonemas en mil pedacitos.

Tienes tres minutos y una llamada para entender que alguien no volverá más y tomar una decisión al respecto. Tres minutos y una llamada por todas aquellas cosas que le quedaron por hacer y ya no ocurrirán. Tres minutos y una llamada para masticar la nada.

Ya he llorado, he hablado por teléfono y me han acariciado el brazo. Pero escribo este texto y recibo un SMS;

 

“Llévate un magnífico Samsung Galaxy A71 desde 19,79 eur/mes. Renueva online entrando en

la web ​ http://bit.ly/MB-Samsung. Hasta 22/04. No+publi oran.ge/2G4yieH”.

 

No me hace falta leer el mensaje entero ni escribirlo en el ordenador para pensar que todo es una farsa. Y releyendo el mensaje una y otra vez empiezo a ver unas pequeñas letras escritas entre líneas. Narran la historia de un país, un sistema que recorta en presupuestos e intenta resolver una crisis sanitaria retomando la actividad laboral. Un sistema que extrae coltán de la República Democrática del Congo para hacer baterías de móviles de los que nos cansaremos en unos meses. ¿República? ¿Democrática? Parecen chistes. Narran cómo las ventanas de todos los patios de luces del país suben sus persianas para salir a hablar con la vecina. Incluso veo imágenes entre las líneas, un funeral con dos personas y mascarillas puestas, un coche patrulla cantando el cumpleaños feliz a un niño, una paliza a un negro, un hombre trajeado firmando un documento. Son documentos que no entiendo muy bien, no consigo comprenderlos, pero sé que cuestan vidas. Muchos de esos botones apretados por tantas personas con poder significan para algunas familias las vidas de sus padres, hermanas, abuelos y tías.

Escribiendo esto no dejo de pensar en lo injusta que puede llegar a ser la vida y en lo falso que es todo el cuento de Dios y el karma.

 

Núria Panadero Gascón

 

NdelaR: Una lectora ens va enviar aquest escrit de la Núria. A vegades, les lletres del teclat de l’ordinador formen paraules i paràgrafs que, combinades amb l’emoció, generen textos com aquest. L’escriptor uruguaià Eduardo Galeano va dir: “La civilización que confunde a los relojes con el tiempo, al crecimiento con el desarrollo y a lo grandote con la grandeza, también confunde a la naturaleza con el paisaje, mientras el mundo, laberinto sin centro, se dedica a romper su propio cielo”.

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